Ilustração com fundo laranja mostrando camisas de futebol com diferentes cores.

De Maira Yesenia Trujillo Vanegas

Es un partido más, repetía Linda mientras entraba a la cancha para vencer al que llaman el Goliat del fútbol latinoamericano femenino: Brasil. Estaba de nuevo cara a cara con la ilusión de su niña de cinco años, que comiendo chontaduro después de entrenar en el Real Juanchito juró ganarse una Copa América con la selección Colombia.

Salió de la mano con esa niña y corrieron juntas, como cuando lo hacía en la cancha de arena seca de su barrio de infancia y con un encantamiento a varios toques cerca del área marcó el primer gol. Sintió una tranquilidad fugaz, se fue más rápido de lo que a ella le hubiera gustado, cuando a pocos minutos del cierre del primer tiempo, su compañera había marcado un penal con el que las brasileras consiguieron un empate. Eso solo la motivo ayudar más a su equipo.

En el camerino durante el descanso, Mayra Ramírez estaba de rodillas rezándole a su abuelo para que la acompañara en el partido, así como lo hacía cuando de niña, jugaba en las montañas con el olor a tierra de la papa de la sábana y le prestaba su ruana para el frío. Con ese calor entró de nuevo a la cancha, y faltando pocos minutos para que se acabara el partido, cansada, le llegó un balón con encanto, pues con la misma pierna que su abuela curaba con yerbas y leche recién exprimida de la vaca, marcó el gol que parecía definitivo.

Mas chegou Marta, faltando só vinte segundos para o partido acabar. A mulher dos lábios vermelhos fechava a cortina da sua obra mestra como melhor poderia fazê-lo, com um gol.

Con el peso de esos infinitos 20 segundos en la espalda Leicy jugó un extra tiempo caótico, el segundo gol de Marta era un nuevo dictamen final. Pero ella, con la misma determinación que a los 12 años les dijo a sus padres que se quería ir a la capital sola para entrenar fútbol, escogió cobrar el último tiro libre del partido. Esa patada impulsada con la fuerza de las brisas del río Sinú, se convirtió en un gol que les dijo a las brasileras, esperen, nosotras también tenemos una 10, se llama Leicy Santos.

Fue así como esta historia se definiría solo con penales. Antes de empezar ese ritual agónico, Leicy abrazó a Katherine Tapia y le dijo que confiaba en ella, que su sacrificio de joven cuando jugaba con los pies sangrando y los tenis rotos valdría la pena. Caminando hacía al arco Kathe recordó los días que trabajó cuidando niños para comprarse sus primeros guayos y con total dignidad, se paró en el arco y le tapo el penal a Marta, como quien entra al escenario de las leyendas sin pedir permiso.

Pero la moneda tenía que caer y cayó a favor de las contrarias. El partido salió en varios titulares, lo llamaron la mejor final de la historia de la Copa América femenina. Mientras ellas, en un silencio ensordecedor, se abrazaron como niñas felices corriendo detrás de un balón. Fue ahí cuando escucharon los susurros de las niñas y mujeres rebeldes que, tocando el balón en las canchas de sus raíces de chontaduro, papa y río, gritaban que quieren ser como Linda, Mayra, Leicy o Kathe. Ese día ninguna de ellas ganó, pero dejaron un par de páginas en blanco y un balón, para que muchas más sueñen que el fútbol es para ellas y lo reescriban con su propia poesía ¡Que victoria!

 

4º ao 20º lugar no Concurso de Crônicas e Contos do Museu do Futebol 2025