Ilustração com fundo laranja mostrando camisas de futebol com diferentes cores.

De Gabriel Mamani Magne

La pelota sabe cosas. Sabe, por ejemplo, que no fue que Maradona quiso hacer la Mano de Dios. Fue el balón el que, dotado de consciencia propia, quiso sentir la textura del cielo.

También sabe del secreto de los hermanos Payares.

2019: un cubano, un japonés, un par de venezolanos y varios brasileños juegan béisbol en un parque de Goiânia. Los venezolanos son los hermanos Payares: Yonkeiber y Eduardo.

2024: el mayor de ellos, Yonkeiber Payares, convierte su primer gol en el Campeonato Goiano Sub-20.

Una reportera de O Popular dice que el regate del venezolano le recuerda al Coutinho del Liverpool. Un youtuber experto en fútbol juvenil ya habla de una posible transferencia a primera división. Lo que nadie sabe, salvo el balón, es que Yonkeiber Payares no es Yonkeiber Payares.

Que en realidad se trata de su hermano. Es decir, que Eduardo Payares, de veintiún años, usa la identidad de su hermano menor, de diecinueve, para jugar en la categoría sub-20.

Un descuido hace que un colega descubra el fraude. El presidente del club dice que no importa.

–Tu trabajo es hacer goles, Yonkeiber. Vas a ganar mucho dinero. Con eso vas a mandar dinero a tu familia en Colombia.

–Soy de Venezuela.

–Claro que sí. Eso está al lado de Bolivia, ¿verdad?

El problema es su hermano. Al Yonkeiber original no le importa que manoseen su nombre para fines futbolísticos. Lo que le molesta es que su hermano mayor ya no tenga tiempo para jugar béisbol en el parque. Son cuatro partidos seguidos que su equipo pierde
contra los brasileños, ¡los brasileños!

–Si no juegas conmigo el próximo domingo, voy a decirles a todos los periodistas del Brasil que eres un fraude.

–Nadie va a creerte –dice el falso Yonkeiber–. Tú en este país no existes.

La última fecha del Campeonato Goiano Sub-20 ocurre una tarde nublada. El equipo local necesita una victoria para coronarse campeón. El falso Yonkeiber se adueña de una banda y genera varias situaciones de gol. Centro perfecto. Cabezazo del 7. Casi gol.

–El venezolano juega con tanta elegancia que debería usar un traje frac –dice un periodista.

–Incluso cuando defiende –agrega otro– lo hace con estilo. ¡Por sus piernas no pasa ni el wifi!

Las primeras gotas de lluvia caen como caricia. Después de un par de minutos, las caricias se convierten en dagas.

Minuto 90. Un defensor del equipo rival resbala y Yonkeiber recupera al balón. Engaña al arquero con una bicicleta. El arco es tan grande como un arcoíris, y solo es cuestión de empujar la pelota para aparecer en los periódicos y jugar en el primer equipo y firmar con un agente y ser transferido al Flamengo y casarse con una modelo y olvidarse para siempre de Venezuela.

Pero la pelota sabe cosas. Tiene memoria. Sus leyes son diferentes a las de los mortales. Y antes de cruzar la línea de gol, se detiene como si una mano invisible la inmovilizara.

Contrataque del rival. Golazo. Final del partido. Con qué facilidad se deshacen los sueños.

El DT nunca más convoca al venezolano. Eduardo Payares vuelve a ser Eduardo Payares y, sentado en la parte trasera de la moto de su hermano, regresa al parque. El contacto con el bate le transmite una serenidad que no sentía desde sus días en Coro. La pelota de béisbol, que también sabe cosas, se acerca a toda velocidad.

 

4º ao 20º lugar no Concurso de Crônicas e Contos do Museu do Futebol 2025